La Fecundación: Primer Jardín

Si nuestro deseo es orientar la vida que viene en camino, nuestro primer paso debe ser ir a su encuentro y descubrir cada uno de los pequeños y grandes misterios que rodean la gestación de un ser humano. Descubrir este proceso de bienvenida a la vida nos va a significar realizar un viaje a la semilla.

 

Cuando un bebé es concebido, microscópicamente, ya es una semilla que se arraiga a la tierra de su madre y con esta metafórica imagen, queremos decir que la matriz y conexión de vida de la madre con el hijo le entregará los primeros nutrientes, esenciales para el crecimiento de la semilla en su primer jardín sobre esta Tierra.

 

Si pensamos en la vida de un bebé, nos centramos naturalmente en su tiempo de vida a partir del alumbramiento, sin embargo,  el tiempo en que se desenvuelve su crecimiento a partir de la concepción de su ser es determinante. Esto nos permite descubrir que medimos el tiempo de vida de una persona tomando como referencia el día de su nacimiento, porque tenemos una percepción que debe revelarnos sensorialmente un hecho para asumirlo como real. Sin embargo, no sólo existimos como ser independiente desde el mismo momento de la concepción, sino que además participamos de un rico mundo intrauterino que la ciencia recién está descubriendo.

 

 

Durante el ciclo que hizo posible la vida se esconde un verdadero milagro, especialmente si pensamos que una concepción es posible entre billones de probabilidades. Una vez que se produce, independientemente de las apreciaciones científicas, materialistas y éticas, el ser humano ya existe, sin condición de meses que lo determinen o no como ser humano. La única diferencia será que no veremos esta primera y secreta etapa de su evolución, salvo en la apariencia y los cambios que experimente su madre.

 

A partir de su fecundación, todo se colocará a su servicio para favorecer el triunfo de la vida. Este sentido de maravilla se hace aún mayor si pensamos que la sabia autorregulación y equilibrio de la naturaleza determina una selección de vida. De esta forma sólo nace el bebé que posee las posibilidades de sobrevivir. Esta sabiduría en el equilibrio de las especies, incluyendo al ser humano, es necesaria porque, el neonato o bebé humano resulta ser el más indefenso de todas las especies y el que menos posibilidades posee de sobrevivencia, de faltarle su progenitora.

 

La acogedora matriz femenina que se ha preparado biológica y emocionalmente para recibir a este nuevo ser. De alguna manera, el bebé ya está en este mundo, pero germinando en esta protección que le ofrece el cuerpo y la actitud de la madre, quien actúa de intermediaria entre la percepción del hijo y los estímulos del mundo externo. Este primer idílico jardín procurará protección, seguridad, calor y nutrientes esenciales, pero además cierta conexión de tipo sicoemocional, que comienzan a germinar en el feto a partir de los siete meses “in utero”.

 

La madre, comparte su propia conexión con el mundo, de acuerdo a cómo se adapte a él y comunica esta percepción al hijo, haciéndolo partícipe de su mundo interior. De acuerdo a esta  maravillosa condición de vida inicial, el niño puede ser, metafóricamente hablando, una semilla sembrada en mala o buena tierra, porque la naturaleza del vientre materno como esencia  pro-vida será fundamental para que éste se fortalezca y se desarrolle en forma armoniosa.

 

 

Aurora Cancino Bórquez

(Naturópata Holística)

“Extraído de Viaje a la Semilla”