Durante el embarazo, aún en ausencia del padre del futuro bebé, sin familia y amigos, la madre nunca estará sola. La compañía del bebé pasa a formar parte de su núcleo personal y de alguna manera, cada segundo que vive es transmitido física, mental, emocional y espiritualmente a su hijo.
Muchas de las actividades que ella realizará a partir de este nuevo estado, tienen un nuevo acompañante, pues el lazo entre mamá y bebé es tan intenso que en ningún momento deja de estar activo y ser profundamente vital para ambos. Por ello se dice, que, de alguna forma, madre e hijo pasan a convertirse en una sola unidad viva y el bebé comenzará a percibir el mundo a través de las propias percepciones de la madre, quien se convierte no sólo en su primer jardín y residencia, sino en su primer vehículo de conocimiento y percepción.
Durante este proceso es muy importante la calidad de alimentación física y sicoemocional que la madre le entregue, puesto que la estimulación de todo ser comienza en el propio vientre. Muchas de las potencialidades y capacidades que trae el bebé en su información genética y en su sistema nemotécnico, propio de la especie del ser humano, tendrán su imponderable estimulación “in utero”, especialmente a través de vías sensoriales, pues es la forma más rápida de percibir el mundo físico.
En esta etapa, esencialmente emocional, revestida de una inmensa sensibilidad, emergen una serie de sentimientos muchas veces contradictorios, pues más bien obedecen a mitos o falsas creencias sociales o bien a pautas morales entregadas por parámetros culturales de moralidad no siempre consecuente con la vida misma.
Se espera de la madre un maternalismo intuitivo y del padre una responsabilidad que las sociedades actuales no se esmeran en cultivar, salvo en muy raras experiencias de interrelación. Los padres, especialmente si son jóvenes y primerizos se sienten afectados por un profundo rechazo que simultáneamente afecta al feto, hasta el punto de potenciarlo con la percepción sicológica de rechazo y discriminación en la futura constitución de su personalidad.
Madre y padre se deben tener paciencia y abrirse a esta nueva y maravillosa experiencia, superando limitaciones, miedos y falsas expectativas. Lo ideal siempre será un núcleo formado por ambos progenitores, pero si esto no ocurriera, la madre debe sentirse segura y tranquila, puesto que su sola presencia es una fuente inestimable de Amor y vida.
Se recomiendan experiencias compartidas, simples, bellas, naturales…Caminatas, danzas suaves, aprovechamiento de la luz, contacto con la naturaleza, especialmente con el agua y sus sonidos, audición de músicas delicadas, diseñadas para esta bella etapa.
Uno de los elementos esenciales es el tacto, las caricias, las expresiones de amor, los sonidos melodiosos, las palabras tiernas dirigidas tanto al bebé como a la madre, que se coloca sentimental y emotiva. El elemento lúdico, el tacto y la música serán fuentes de percepción vitales para alimentar este delicado estadio de espera…
Aurora Cancino Bórquez
(Pedagoga y Naturópata Holística)